La luz amarillenta es cálida, produce sensaciones agradables, hogareñas. El local donde estamos tiene, además, largas cortinas en color crema, bonitos jarrones y figuritas de porcelana, una gran lámpara en el centro del salón.
Mi padre tiene buen gusto y seguro que ha escogido este piso personalmente para que nos sintamos cómodos. Siempre cuida mucho los detalles cuando se trata de reunir a la familia. Quiza hoy más que nunca, pues ha decidido poner fin a su vida.
Nos reunimos en una mesa redonda y comemos. Él ha decidido mezclarse entre todos, no quiere ocupar una presidencia que no va nada con su carácter. Desea restar importancia al trance, aunque es inútil, todos estamos pendientes de sus palabras y esperamos su discurso de despedida. Es lo que procede. Comer bien y escuchar sus últimos deseos, tratando de retenerlos para siempre, antes de que entren el médico y el enfermero.
La conversación es animada, hay buena armonía en esta familia. Gran parte del mérito es del que se va, un ejemplo de educación y respeto. Ahora nos comenta que ya está cansado y que es momento de irse. Mejor terminar ahora, dice, antes de que el declive que intuye le conviertan en una persona amargada, en una carga económica para todos. Nosotros alabamos su buen juicio y nos mostramos alegres, felices de haber disfrutado de este gran hombre durante este tiempo.
Al final, el discurso se resume en unas pocas palabras, poco más que un brindis. Nos pide perdón por todo lo que haya podido hacer mal, espera que conservemos un buen recuerdo de él y hace un sentido traspaso de poderes a mi hermano mayor. Él será, a partir de ahora, el jefe de la familia.
Después, se despide de nosotros personalmente, con un sencillo beso en la mejilla y unas carantoñas a los niños. Tras abandonar la sala, acompañado del equipo médico, pasamos unos instantes tensos, tratando de buscar temas intrascendentes de conversación.
El médico entra en el salón y se dirige a mi hermano. Ha ido todo bien. Su muerte ha sido rápida y sin dolor. Se ha ido con una sonrisa en los labios, ha insistido. Todos nos abrazamos con gran satisfacción. Qué gran hombre, el padre, ha sabido morir con la misma elegancia que ha derrochado en vida.
Tras despedirnos, cada hermano vuelve a su casa con los suyos. En el coche, María y yo comentamos los detalles del evento. La niña calla y se entretiene mirando por la ventana. Al llegar a casa, me llama la atención la abundancia de luz blanca y la ausencia de cortinas. La escasez de muebles. Un ambiente elegante, pero poco acogedor. Me siento en el sillón y me pregunto si yo seré capaz de ser tan buen hombre como mi padre.
Mi mujer lee distraída en el sofá y la niña sigue callada, acariciando su muñeca preferida. De repente, comienza a hablarle, con esa voz especial que tienen los niños cuando quieren imitar a los mayores.
- Mamá está cansada- comienza a decirle.
-.-
Por qué me produce miedo tanta "sensatez"?
ResponderEliminarChapeau, querido!
Gracias. Lo racional está reñido con los sentimientos. ¿Se conseguirá liberar a la muerte de toda carga emocional en el futuro?
EliminarBesos.
¡¡Jobares qué miedo me ha dado este texto!!
ResponderEliminarLo calificaría de bestial, duro, chirriante, triste...
Es difícil tratar este tema, delicado hasta decir basta. Tan solo decir que no me gustaría estar jamás en una de esas reuniones. Y menos, los niños presentes, podisossssss!!
Un besazo, cosita linda, muaaaaaaaaaaaaaaaa
Un beso, Flower.
EliminarA mí tampoco me gustaría. Espero que la humanidad guarde algo de insensatez para el futuro.
uf, qué buen padre. No ha molestado para nada, eso es de agradecer.
ResponderEliminarBuen relato, Juanjo.
Un beso
Gracias, Elena, un beso.
EliminarEs una virtud molestar poco, pero tampoco hay que pasarse de molestar poco. Molestar poco puede ser muy molesto. O no. O me parece que me estoy liando.
'La muerte de Marat' (si no me equivoco) Una vez me escribieron una 'declaración de amor' en una tarjeta con esa ilustración, atípico, no?
ResponderEliminarTu relato me ha gustado mucho, pero es cierto hay una angustia disimulada que flota en el aire que agobia. Besos.
Un beso, Lo (o Li). Muy inquietante una declaración en La muerte de Marat; aunque sabemos que no fue un suicidio. Es casi un chantaje. Yo, de ti, me hubiera ido con Robespierre.
EliminarQué despedida más serena y elegante. Ojalá esto fuera legalmente posible!
ResponderEliminarUn beso,
Posiblemente algún día lo sea, pero para los familiares tiene que ser duro.
EliminarBesos.
Una despedida así deberia ser solitaria. Y las despedidas hacerlas como que no son. Así si que uno sería un buen hombre. De otra manera, y aunque no lo parezca, solo se produce desazón en los que se quedan.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo contigo, Alma.
EliminarBesos.
Casi me preocupan más las palabras de la niña a su muñeca...
ResponderEliminarMe encantan todos tus relatos sobre la muerte, siempre acabo "muerta de miedo".
Besitos.
Es un tema recurrente, verdad. La muerte es algo para lo que, se supone, tenemos que estar preparados. Sin embargo, siempre nos pilla por sorpresa. Siempre aparece ahí, como algo inbesperado y grotesco. Y lo seguirá siendo aunque la programemos.
EliminarA esa edad, la niña, repite las palabras que más de una vez le ha regalado su mamá. El ambiente es más que elegante, gélido y helados están en la casa, que no, hogar.
ResponderEliminarEl relato puede desasosegar, pero sinceramente, creo que es una manera perfecta de morir y de ser recordado con cariño, de pensar en él como un padre cuasi perfecto y no cerrar los ojos y verle convertido en un pelele, sin fuerza, sin memoria y sin sentido.
Un beso
Tenemos la suerte de tener memoria selectiva y desterrar los malos momentos, aunque hayan sido largos y duros.
EliminarYo no me despediría así, pero tampoco me gustaría ser una carga.
Besos.
Muy inquientante... parece escrito por el Doctor Mengele. Pero, como siempre, un relato no sólo bien escrito, sino que además hace pensar.
ResponderEliminarGracias, Gillan. ¿Llegaremos algún día a esos extremos?
EliminarUff, el relato me puso los pelos de punta...
ResponderEliminarDe todas formas ojalá se pudiese estar tan serenos a la hora de nuestra despedida si es que hubiese oportunidad.
Me ha llegado un poquito al alma,por eso me gustó.
Un abrazo.
Un abrazo, Luna. Es una paradoja que lo sereno inquiete; pero me alegra que te haya gustado.
EliminarEutanasia en toda regla, si lo piensas friamente poder elegir cuando morir y de forma plácida e indolora, pudiéndote despedir de los tuyos... Lo que veo es falta de sentimientos, yo no dejaría que mi padre se fuese, quizás es egoísmo, no sé, pero quiero a mi padre y quiero disfrutarlo mucho mucho tiempo.
ResponderEliminarBesos.
Esa frialdad es la que no se tiene a la hora de morir. Uno se aferra a la vida. Es una decisión que se puede aplazar.
EliminarY para la familia, una putada.
Pero en el futuro, ¿quién sabe cómo pensaremos?
Besos.
¡Claro! Es un relato tan íntimo -en su aparente frialdad-, tan bien construido que es normal que suscite este número de comentarios. Me lo guardo, con tu permiso; es de los de releer y poner como ejemplo. Un abrazo por él.
ResponderEliminarEl giro de muñeca en la última frase del relato hace girar el foco de toda la historia; desconcierta y fracciona -convierte en un fractal- las realidades que antes querían ser una sola. Soltar las riendas parece fácil, cuestión de valentía y "savoir faire". Lástima que haya "siempre" alguien al otro lado del cabo que dejamos a la deriva. La pregunta del millón: cuando la mano que sujeta el cabo no se suelta por sí sola ¿qué, de todo lo que somos, es lo que se suelta?
Un abrazo, Juanjo.
No termino de comprender tu pregunta, Andreas. ¿Te refieres a los que se quedan? ¿Qué sueltan los que se quedan, aunque no se quieran desprender del ser querido? Imagino que se irá sólo lo malo. ¿No es eso lo que termina pasando con los desamores?
EliminarUn abrazo.
Me parece la perfecta manera de morir, eligiendo el momento justo en que se vislumbra una pérdida de calidad de vida, sin tener que meterte en una bañera, cortarte las venas y ponerlo todo perdido, además del susto que le puedes producir a los demás, sobre todo al que se encuentra el numerito.
ResponderEliminarPero ¿cuántos tendríamos el valor para elegir el momento adecuado? ...la mayoría de la gente teme a la muerte. Ni siquiera la tenemos asumida, a pesar de saber que es el proceso natural.
Muy bueno tu texto, muy intenso.
Gracias, Tesa. Lo ideal sería irse sin causar dolor a los demás. Algo muy difícil porque, aparte de sangre, tenemos sentimientos. Y estos últimos lo dejan todo perdido a menudo, sin necesidad de bañera.
EliminarBesos.
Ojalá la muerte sea tan dulce y tan voluntaria... pero ya sabes, el hombre propone...
ResponderEliminarBesicos
A veces el hombre, ni propone...
EliminarBesos.
Qué bella forma de plantear
ResponderEliminarestos conceptos tan profundos,
eres sutil, realmene
al tratar el tema,
me ha gustado mucho.
Gracias, MTeresa.
Eliminaraplaudo tu relato porque te prometo que no me parece nada descabellado, ¿por qué no podría ser así? ¿por qué no podríamos decidir nuestro momento?
ResponderEliminara mí no me importaría morir así, ya te lo digo, firmaba ahora mismo porque si algo me aterra de verdad en la vida, es el deterioro, la incapacidad, el ver como me apago dìa a día...
eso es muchísimo peor.
bqñs.
Pues porque uno se aferra a la vida, principalmente. Porque los demás tampoco quieren que mueras. Y porque uno es el último en darse cuenta de que está mal y cuando lo hace, ya es demasiado tarde.
EliminarBesos.
La serenidad vista desde el exterior helado, a traves de una pequeña ventana, en tonos de millones de grises que traen esperanza.
ResponderEliminarGracias Juanjo
Cuando uno tiene esperanza, hasta el gris es su color.
EliminarGracias por tu visita y bienvenido, Z.
Muy recomendable tu blog. Promete.
Algunos de tus relatos están emparentados con la más gélida de las ciencias ficciones. Muya al estilo de las historias de Philip kendred. Se lo tendré que preguntar al amigo Machuca.
ResponderEliminarSupongo que es así porque imagino un futuro deshumanizado y frío, donde no abundarán los Arizas ni los Machucas.
EliminarUn abrazo a los dos.
Bam! Como una puerta que se cierra de pronto, una corriente helada de aire. Qué final!
ResponderEliminarMe dejas pensando muchas cosas...
El relato, en mi cabeza, tenía otro final, pero decidí cambiarlo. Creo que éste se corresponde más con el resto del texto. Me gusta que el texto te haga pensar y te sacuda un poco. Lo mismo me pasa a mí con los tuyos. Nunca me dejan indiferente.
Eliminarjuanjo
ResponderEliminarencuentro como siempre en tus cuentos, una cuota de golpe al pensamiento y de maestría literaria.
breve, escueto, una sutil sensación de que todo está bien...
pero un mundo artificial en sentimientos que acusia en algún punto del relato
claro según con los parámetros culturales que se lo mire...
muchas tribus africanas , en sus cambios nómades no pueden llevar a sus ancianos, ellos saben cuando es el tiempo de quedarse a morir en un paraje
nuestros pueblos originarios conservan el amor por sus ancianos y son a ellos los sabios a quienes se escucha y se consulta..., no se espera, ni se elige, ni se desea su muerte,ni molestan; llega...y se venera su ida
creo que es un tema que a tu propio escritor de adentro, desearía e inquieta a la vez...buena manera de exorcizarlo
creo que todos desearíamos irnos sin anestesia de una,antes de sufrir o verse no ser casi, pero también la vida mientras se vive siendo nos reivindica y continúa en los genes de los que nos siguen
el final duro...también un niño podría cansarse de vivir? tremendo!
gran disparador tu cuento!!
un gusto volverte a leer
mis saludos
mabel de argentina
Muchos aspectos de nuestra moral son culturales, es cierto. Tu comentario me ha devuelto a la memoria un cuento de Jack London que narraba cómo un esquimal abandonaba a su padre, ya anciano, porque era viejo y ya no podía cargar con él. El hombre, al final, asumía su destino dejando que lo devoraran los lobos. A mí me pareció un final tremendo, pero, por lo visto, era norma en las tribus esquimales, por lo que ellos lo verían normal.
EliminarEn cuanto a lo del niño. Sí, un niño podría cansarse de vivir, pero no es el caso. La niña del relato se limita a imitar lo que ve en sus mayores, a perpetuar la tradición.
Me ha alegrado mucho tu visita, Mabel.
Saludos.
Lo releo y me ha golpeado
ResponderEliminarun soplo de frío,
creo que la primera vez no lo entendí,
es el gélido futuro
el que aquí se presente,
no quiero vivirlo, xDios.
De los muchos futuros posibles, suelo imaginar los más asépticos. La evolución de la sociedad hacia otra moralidad diferente. Si pasara lo que escribo en este texto, sería aceptado por nuestros descendientes.
EliminarA mi juicio, no caben los juicios morales a sucesos del pasado con los criterios del presente. Tampoco para el futuro.
Esa transferencia emocional que se mete hondo en la cabeza y llena de preguntas.
ResponderEliminarUn abrazo Juanjo
Las preguntas nos las tenemos que hacer. Y también tenemos que saber hacia donde queremos llegar.
EliminarGracias por tu visita, Alejo. Un abrazo.
Los niños son muy perceptivos e inteligentes; por lo general son una copia al carbón de los adultos. Por un momento pensé que con la magia que también suelen tener los niños, la niña se habría llevado con ella el alma del abuelo, por eso la abundancia de luz blanca y la ausencia de las cortinas. Como verás, mi querido Juanjo, me metí de lleno en tu relato. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Martha. Los niños se empapan de todo lo que hacemos los mayores y son espontáneos. ¿Por qué perderemos los mayores esa espontaneidad?
Eliminar¿Qué, vacaciones, o es que lo de las últimas palabras iba en serio? No me jodas, anda no me jodas...
ResponderEliminarHola
ResponderEliminarentro para saludarte,
ya veo que no te has repuesto
de la última eutanasia,
ánimo con la página en blanco,
que termines felizmente
el domingo,
un saludo
Otra vez por aquí,
ResponderEliminarquiero agradecerte tus comentarios
a mi post
y animarte a que sigas escribiendo,
me falta tu palabra
¡Vítol!
ResponderEliminarTu última palabra esta semana será: "¡Vítol!".