30 agosto 2006

La Liga de las Estrellas



Gracias a la colaboración de Raquel he conocido el desenlace de las largas deliberaciones mantenidas por 2.500 científicos sobre planetas, enanos y princesas guerreras. El final es de todos conocido: Plutón ha sido degradado, excluído, vejado, expulsado de la Liga de las Estrellas.

Cada siglo, más o menos, se producen cambios en la lista de planetas. En el siglo XIX cayó Ceres, y en el XX ascendió Plutón, el mismo que ahora es defenestrado. Dentro de 100 años, veremos qué pasa, pero parece claro que el próximo planeta que se porte mal será expulsado. Las reglas de la competición son cada vez más estrictas. Así es la vida.

Comentaba Carlos en la anterior entrada que Plutón era un planeta pequeño y con órbita caótica, aceptado entre los grandes sólo para contentar a los norteamericanos que querían un planeta suyo en la lista. Vamos, algo así como el Oscar a la película extranjera, pero al revés.

Así, el planeta diminuto, lejano y simpático se había convertido con el tiempo en ridículo y antipático, con esa manía de meterse en las órbitas de los demás, y no mantener limpia la suya. Nos había salido un Plutón verbenero, en pocas palabras.

Lejos de aceptar estos argumentos, me uno a los que abogan por aceptar la diferencia y enriquecerse con los matices, con aquellos que pancarta en mano y camiseta protesta ceñida al cuerpo gritan: "Plutón somos todos" Pues yo añado: "Plutón también existe" y propongo alguna subvención para estudiar mejor este polémico astro.

Porque si echamos la cuenta atrás, Plutón y su extraña familia de lunas (alguna casi de su tamaño) llegó a nuestro Sistema Solar allá por los años 30 como una familia de emigrantes: sin recursos, sin avales, sin contrato de trabajo, sin papeles. Eran todos pequeñitos y similares, como esas familias de personas bajitas, que siempre te encuentras en las colas de los parques temáticos, y vistas de espalda no sabes muy bien quién es el padre, la madre y los hijos mayores; pero no parecían peligrosos, ni siquiera molestos.

Ya lo bautizamos con un nombre despectivo, el de un antiguo dios del inframundo; y aunque fue aceptado, nunca lo fue del todo. Nació primero el recelo del que viene de fuera, afloró después la discriminación, y ahora triunfa la xenofobia.

Es cierto que no es como nosotros; que puede que hoy esté aquí y mañana se largue hacia otros sistemas, para comprobar cómo se las gastan en Orión, por ejemplo; que no limpia bien su casita y se mete en la de los demás a la hora de la siesta, pero yo le he cogido cariño y lo considero como uno más de casa.

Por eso quiero que sepas, querido Plutón, que te deseo lo mejor allá afuera, y espero que vuelvas pronto a la primera división. Por favor, no nos guardes rencor; observa la lagrimilla que surca mis mejillas mientras te busco por el firmamento y no te encuentro.

Aunque no te vea, sé que estás ahí y sonrío. Vuelve, Plutón, vuelve.

23 agosto 2006

El Monte del Olvido (II)


Pronto se hizo de noche; observé como lentamente las montañas dibujaban su contorno sobre el cielo azul, cada vez más oscuro, para después perderse dentre de él. No había luna, y las estrellas que empezaban a salir proporcionaban escasa visibilidad, la justa e imprescindible para dar cuenta de las escasas viandas que poseía y abrigarme con el chubasquero que llevaba siempre conmigo.

Improvisé un lecho, despejando a mano las numerosas piedras que llenaban el suelo, colocando algunas hierbas encima, a modo de colchón, y rellenando el zurrón con otras tantas para utilizarlo de almohada.

Me quedé dormido en posición fetal, buscando calor dentro de mi propio cuerpo, minimizando el contacto con el duro y frío suelo, pero no sirvió de mucho: una racha de viento helado se introdujo en el refugio, obligándome a acurrucarme más, comprimiendo mis carnes contra mis huesos en un intento vano por recuperar el calor que se iba. Todo fuen en vano; tras una larga lucha por conciliar mi sueño con el gélido ambiente decidí abrir los ojos, y me levanté poco a poco, tiritando.

El paisaje parecía algo cambiado, despejado de matas y arbustos, y con más claridad que al principio de la noche. El viento ululante parecía sonar con sentido, como una extraña melodía, simple, repetitiva, monótona, pero dulce. Afiné el oído: era una nana.

Salí del refugio con algo de miedo, caminando despacio contra el viento que parecía remitir, pero aún así tropecé con varios objetos: un viejo sonajero, un chupete, una caja de música, un pequeño diente de leche, atado todavía a un hilo blanco manchado con una gota de sangre ...

Ascendí por el Monte del Olvido extasiado; sobre el suelo, diseminados, se hallaban todos esos objetos que me habían pertenecido, y hacía mucho tiempo que había perdido la pista. ¡Cómo podía haber olvidado mi viejo osito de peluche con su único ojo!, o el balón de fútbol extraviado, que nunca conseguí encontrar, o aquel albúm de cromos incompleto que se quedó en el cajón ...

A medida que subía, el viento traía otras canciones, primero infantiles, y después no tanto. Lloré al escuchar de nuevo "Ne me quite pas", de Jacques Brel, y reí al recordar "La tormenta", en su versión traducida de La Mandrágora. Nunca fueron entonces tan apropiadas las estrofas de "Escenas olvidadas", de Golpes Bajos:

Era bello aquel momento
Y el rodar era cariño
Y dispuse en atrapar los momentos mas antiguos
El primero de mi vida hasta la primera palabra
Tus largos fuegos pueriles, mi corta noche romantica
De hecho los objetos se volvían más complejos y menos materiales a medida que se alcanzaba la cima. Se mezclaban las cartas que no entregué con las que debí escribir, los besos escatimados, las palabras gratuitas, las promesas incumplidas, los enfados pueriles...
Mi sonrisa inicial se iba borrando con la ascensión, pues iba encontrando más de lo que había querido olvidar y menos de lo que se me había olvidado.
Esperaba llegar al final y encontrar las famosas dos cruces, y sentí cierto alivio al comprobar que no había nada de eso. Nunca se olvidan los amores, recordé entonces. En vez de mi calvario particular, sembrado de maderos, encontré unas escaleras que bajaban, al tiempo que el viento, en plan de sorna, dejaba oir los acordes de la famosa canción de Led Zeppelin. ¿Llevaban acaso al cielo?
Las bajé de prisa y me hallé frente a un río caudaloso, de aguas turbulentas. Un barquero, cuyo rostro estaba cubierto por una capucha se giró, sin mirar, y extendió su mano, pidiendo el obligado precio del trayecto.
- Gracias, le dije. Todavía no ha llegado mi hora.
Rodeé el río y al cabo de un tiempo me encontré en el ancho camino que conducía a mi casa. Nada más llegar, sin apenas despojarme de mis escasas ropas de abrigo, me puse a escribir, a pensar, a reir. Sobran cosas en mi monte del olvido, pensé.

22 agosto 2006

El Monte del Olvido (I)


Escuché una vez hablar a alguien sobre este lugar, pero no sabía a ciencia cierta donde se encontraba; su paradero parecía rodeado del mismo halo de misterio que el de su nombre, igual que las enigmáticas palabras con las que el hombre terminó su relato:

No lo busquen. En la vida del hombre siempre hay un momento en que sus pasos se adentran en él. No todos consiguen salir

Atraído por el tema, busqué por bibliotecas, hemerotecas, e incluso llegué a frecuentar algún club esotérico donde se trataban estos temas misteriosos, pero solamente encontré respuestas imprecisas a mis preguntas.

Con el tiempo fui abandonando la posibilidad de encontrar el lugar exacto donde se encuentra el célebre montículo, y fue el mismo tiempo el que alejó de mí al resto de los mortales. Sin demasiado apego por los bienes terrenales, y ajeno al aprecio de mis paisanos decidí vender mis posesiones, echar cerrojo a la vida antigua, tirar la llave a un precipicio, y comenzar una nueva andadura en otro lugar lejano.

Compré una casa cercana al mar, en un lugar abrupto, de difícil acceso; los escasos caminos que la rodeaban eran estrechos y empinados; en sus orillas crecían la aliaga y el tomillo, que amenazaban con invadirlos y sepultarlos bajo el manto de sus secas ramas. Pronto quise conocer cada uno de ellos, averiguar adonde conducían, explorar sus recodos, observar los agrestes paisajes desde las cumbres que atravesaban, e invertí mucho de mi tiempo en esa importante labor.

Casi todos estaban en estado de creciente abandono; las tareas que antiguamente se realizaban en ellos se iban abandonando, los escasos cultivos de secano ya no eran rentables; la madera y el rastrojo ya no se empleaban para alimentar los hornos; y como vías de comunicación hacía tiempo que ya se habían reemplazado por vías anchas y asfaltadas.

Nada parecía presagiar que aquel único ancho camino que me disponía a recorrer me iba a conducir al lugar que tantos años había anhelado encontrar, porque el firme era llano y bien compactado; las orillas, bien delimitadas, conservaban todavía restos del paso de las últimas lluvias en sus puntos bajos; los matorrales habían sido arrancados, y dos largas filas de pinos se perdía en la lejanía, perfilando de forma clara sus contornos.

Pero la amable vía que encontré al principio se fue convirtiendo casi imperceptiblemente en uno de tantos angustiosos senderos frecuentados en días anteriores, en permanente lucha con el avance de la naturaleza; hasta que por fin debajo de mis pies solamente encontré piedras, y mis brazos únicamente servían para separar los matorrales que cerraban mi paso. Seguí ascendiendo un poco más pero no veía el final de la cumbre; después quise retroceder pero no era capaz de encontrar el antiguo camino.

Estaba perdido y se hacía tarde; el cielo empezaba a teñirse con tonos anaranjados, y la brisa era todavía cálida, pero la temperatura empezaba a bajar. No cabía temer por mi vida en aquella época del año, pero la expectativa de pasar la noche al raso no me hacía la menor ilusión. Encontré refugio bajo el saliente de una roca, y rebusqué en mi zurrón: quedaba algo de agua, pan, fiambre y algo de fruta. Por lo menos no pasaría hambre.

17 agosto 2006

Planetas

Nos quieren ampliar el número de planetas a 12. Me desayuné ayer con la noticia mientras iba a trabajar, y después del corto teletipo radiofónico decidí ampliar conocimientos. El artículo no tiene desperdicio.

"El problema es que hasta hoy no había una definición científica de planeta", dice el experto Watanabe. Es decir, existían los planetas pero no sabíamos muy bien cómo ni por qué. Eran 9, pero porque eran los más simpáticos, los de siempre, los de toda la vida, los listos de la clase.

Ahora quieren que sean 12, y esto me suena cada vez más a ampliación de la Unión Europea: cuantos más, mejor, que es aburrido que siempre sean los mismos. Demasiados años viendo las mismas caras, recitando de memoria los mismos nombres, y eso ya no está de moda. Todo es efímero, y lo que no ya buscaremos la manera de que lo sea.

Pero para que el tema cuadre, y sean 12, sólo 12 y nada más que 12 (de momento) ponen dos condiciones:

- Que tenga masa suficiente para su gravedad autóctona, con un equilibrio hidrostático.
- Que tenga una órbita alrededor de una estrella.

Y además: la forma debe tener más de 800 kilómetros de diámetro, pero...
también puede ser menor, siempre y cuando contenga la masa suficiente de cinco veces 10 elevado a 20 kilogramos.

Pues yo añadiría alguna más: que el nombre sea bonito. Porque de las tres nuevas adquisiciones, dos tienen nombre razonables: Ceres y Caronte; pero el tercero ... ¡ay! se llama 2003-UBS313. Vamos que parece una nueva versión de sistema operativo. Su descubridor, un tal Mike Brown ahora le quiere cambiar el nombre y ponerle el de Xena, la televisiva princesa guerrera que le ponía cuando era pequeñito. Me parece mejor, sin duda, aunque puestos en harina lo suyo es realizar una votación popular, un gigantesco meme científico donde puedan aparecer algún ángel de Charlie, el Santo, Mr. Spock o el Superagente 86.

Gracias a la impactante noticia nos hemos enterado de una flagrante violación de los derechos de los planetas, que, profanos en la materia como yo desconocíamos: Plutón tenía un hermano gemelo. Y un hermano discriminado, olvidado, vejado, y bautizado con un nombre claramente peyorativo: Caronte; el tacaño barquero que transportaba a las almas al otro lado del río, pero sólo si pagaban. Todo eso por ser un poco más pequeño, por estar algo descentrado, por ser la oveja negra de la familia.

Sinceramente, todo esto me huele a chamusquina, parece todo muy pensadito para que sean éstos y no otros los planetas escogidos. ¿Quienes son los propietarios? ¿Hay algún negocio inmobiliario por medio?, me pregunto. ¿Un pisito en un planeta "decente" valdrá más pasta?
Pues sí, Mari, me he comprado una parcela en Ceres, un planeta como Dios manda, y no esa mierda de astro de tres al cuarto donde lo tiene mi cuñada, pronto dirán las arpías de turno.

Me veo al Principito regando los baobabs a ver si le llega la masa crítica y reconvierte el asteroide, que dos o tres adosaditos creo yo que le caben muy bien.

Solución de continuidad

Tras muchos meses contando las fatigas de Sofía, Marisa y Ramón, en la entrada anterior daba por finalizada esa historia.

Cuando en el mes de Enero escribí "Traición" no pensaba ir más allá; era un relato corto sin más pretensiones que las de intentar describir lo que se puede sentir en un asesinato pasional, algo por otra parte totalmente ajeno a mí (al asesinato me refiero)

La segunda entrada "En la vieja estación" pretendía ser otra situación independiente, inconexa de la anterior, pero mientras la escribía se me ocurrió relacionarla con aquel primer texto. Por aquel entonces no tenía ni idea de que el relato iba a ser tan largo, pensaba que duraría poco, y de hecho alternaba algunos textos del mismo con otros temas que nada tenían que ver.

Poco a poco fui centrándome en la historia, me tracé una línea argumental sobre la que escribirla, que fue cambiando a medida que iba madurando, muchas veces a raíz de comentarios vuestros, otras por simples cambios de opinión míos.

Al final fui dejando de escribir entradas sobre temas triviales, y dediqué todo el tiempo a escribir sobre las aventuras de nuestros protagonistas. No quería que nadie se perdiera, y por eso decidí aplazar los escritos sobre otras materias. Era lo que me pedía el cuerpo.

Reconozco que he disfrutado escribiendo este relato, al que todavía estoy por bautizar, y me ha gustado contar con vuestras visitas y comentarios. Ha sido sorprendente y reconfortante comprobar que existen personas al otro lado de la pantalla, dispuestas a tragarse las largas entradas de que consta la historia, después de o durante una dura jornada de trabajo o estudio. Admito mi devoción hacia los textos cortos por internet; no suelo detenerme mucho en las entradas de los blogs con demasiadas letras, si no sé de antemano que va a merecer la pena; lo hago en escasas ocasiones y en blogs muy seleccionados. Por eso, cuando terminaba cada entrada y pensaba: ¿Y quién coño se va a leer ésto? me asombraba comprobar que siempre había alguien, con la santísima paciencia de leerla y hasta de vivirla.

A todos los que habéis pasado por aquí os agradezco de corazón vuestras visitas y vuestros ánimos. La historia ha terminado. Ramón continuará escribiendo en su blog con permiso de MSN Spaces o como quiera que se llame ahora. Tal vez en el futuro, o en el pasado exista algo que contar. No lo sé. El tiempo lo dirá.

Pero yo, Juanjo, que es mi nombre real; o Reno-de-Roja-Nariz, que es uno de mis múltiples apodos, voy a continuar escribiendo, aunque no sepa muy bien de qué. Hablaré de lo que se me ocurra, supongo, o de lo que me apetezca, que siempre son dos buenos temas, muy socorridos, y quizá algún día me enrede en otro lío como el que ha terminado. Mientras tanto continuaré visitando vuestros sitios, y dejando mis telegráficos comentarios, lo que por otra parte me supone un gran placer (el visitaros)

Sirva esta absurda entrada para cerrar un ciclo y entrar en otro.

Gracias a todos, y espero seguir viendoos.

27 julio 2006

Cara y cruz

Guardaba en su cajón una pequeña caja con algunos recuerdos, y sonreía cada vez que repescaba ese sobre blanco del fondo de la misma. Su mente imaginaba el momento, envuelto en una neblina, como si se tratara de un "flahsback" cinematográfico; los dos expectantes delante de los sobres, decidiendo cuál abrían primero.

Fue fácil decidir: un "Top Secret" es siempre mucho reclamo para gente curiosa, y los dos habían sufrido demasiado para que les desanimaran dos tristes precintos de celofán. Aún así, despegaron con cuidado los dos pedazos con el fin de dejar el sobre tal y como estaba, después de inspeccionar los valiosos documentos.

La cara de pasmo que pusieron los dos cuando descubrieron el contenido del sobre es difícil de describir. Tras ver la portada se miraron el uno al otro con cara de incomprensión durante unos segundos, y a continuación soltaron una carcajada tal, que se le cayeron los sobres, el cuadro, y casi dan con todos los huesos en el suelo. El importante documento que Ramón sostenía entre sus manos se titulaba "El sulfato atómico" y era, ni más ni menos que el nº 1 de la colección "Magos del Humor" de Mortadelo y Filemón.

Desde luego, ahora entendían por qué el embajador nunca llegó a entregar el documento a los espías rusos. Alguien le descubrió, y le gastó esa broma macabra. Tenía gracia que el sobre por el que habían estado pugnando durante meses los servicios secretos británicos y la oposición al régimen ruso había salido del mismísimo MI5, y era aparentemente un inofensivo tebeo, que sin embargo se había cobrado una muerte, y podía haberse llevado unas cuantas más.

Tras el chasco del primer sobre, la apertura del segundo cobró mayor interés. ¿Estaría allí la verdadera solución del misterio? Y éste, en cambio, no les defraudó. A la cara de asombro, que inicialmente pusieron le siguió otra de felicidad intensa. Dentro del sobre, perfectamente ordenados y apilados en dos montones se encontraba la más bella colección soñada por cualquier mal coleccionista: una serie repetida de hasta 2.000 cromos todos igualitos, 2.000 billetes de 500 €; el último pago por adelantado de la importante documentación que debía desvelar todos los vergonzantes pactos secretos de dos grandes potencias mundiales, el precio del cómic mejor pagado del mundo.

- ¿No estarás pensando?
- No.
- ¿No? Sí.
- ¡Qué cojones! ¡Claro que sí!

Ramón volvió a guardar cuidadosamente el dinero dentro del sobre, puso de nuevo el celofán, y lo metió dentro de la maleta de Sofía. Hizo lo propio con el otro sobre, que devolvió a la cámara del cuadro, dejándolo todo tal y como estaba.

Volvió a observar la reproducción. ¡Qué mal pintada estaba! Más que un grito parecía una carcajada. Muy apropiado, pensó, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro.

En el aeropuerto, Ramón y Sofía veían abrazados como despegaban los aviones. Pronto saldría el suyo. Las sonrisas sí que no despegaban de sus labios, y las miradas cómplices tampoco desaparecían de sus pupilas. ¡Ay, el amor!, decían los que pasaban por su lado.

Por la megafonía anunciaron su vuelo. Ahora ya sabían cual era su destino y su final. Una nueva identidad, una nueva vida, un nuevo país. Juntos, quizá felices; pero ya se sabe: el dinero no da la felicidad. ¿O sí?

FIN

25 julio 2006

Detrás del grito

Los agentes que trasladaron a la pareja hasta el chalet donde se hospedaba la mujer les indicaron que debían esperar una hora más antes de que sus compañeros pasaran a recogerles para llevarlos al aeropuerto. Tenían, pues, algo de tiempo para preparar las maletas.

El chalet era de sobra conocido por Sofía, y no sólo por los días que llevaba viviendo allí. Fue una especie de segunda vivienda del embajador, aunque éste no la había empleado de ese modo, sino más bien como secreto almacén donde acopiaba las numerosas obras de arte que había adquirido gracias a sus negocios turbios con los rusos.

Ramón estaba impresionado con lo que veía; perfectamente expuestas y ordenadas se veían colecciones de joyas de gran valor, tanto por su antigüedad como por la calidad de sus materiales; de las paredes colgaban cuadros originales de grandes pintores del último siglo, algunos de una extraordinaria belleza; aparte del gusto exquisito con que estaba amueblado hasta el más pequeño rincón.

Todavía quedaban, en una pequeña estancia, algunos paquetes por desembalar y otros tantos cuadros por colgar, aunque ya iba faltando espacio para ubicarlos, sin alterar el delicado orden con el que se había colocado cada pieza . La muerte había sorprendido al embajador antes de completar su trabajo.

Mientras esperaba a que Sofía terminara de hacer la maleta, Ramón decidió pegar un vistazo a las últimas adquisiciones del diplomático. Encontró un anillo de oro con dos pequeños diamantes incrustados, casi idénticos; un icono bizantino que representaba un Pantocrator, muy desgastado por el paso de los años; monedas de oro españolas acuñadas en el reinado de Felipe II muy bien conservadas; y dos cuadros apilados contra la pared y vueltos del revés.

Giró el primero y observó un óleo impresionante, que representaba una batalla ambientada en el norte de Africa. Trató de adivinar el autor; pensó en Fortuny, y acertó. Parecía original, aunque él no era un experto en obras de arte. Se quedó un rato contemplándolo; el cuadro era valioso, pero no tanto como para arriesgar la vida por él, pensaba, recordando la triste muerte del último adquisidor del mismo.

Dejó el cuadro a un lado con cuidado, y al volver la vista hacia el que había quedado oculto por el anterior se quedó estupefacto. Su corazón empezó a latir con fuerza, las manos le temblaban, y sus ojos se le habían quedado abiertos como platos, sin pestañear, al ver la archiconocida obra que tenía delante de sus narices.

"El grito", de Edvard Munch, había sido robado hacía ya unos años de la National Gallery de Oslo, y no se había conseguido averiguar su paradero, pese a las investigaciones de la policía. Sin embargo ahí la tenía, delante de sus ojos, aquella obra de arte, una de las más buscadas del mundo. No lo podía creer.

Tardó unos minutos en recuperarse de la emoción y tratar de ordenar sus ideas. Sólo entonces observó más detenidamente el cuadro. ¡Su gozo en un pozo! Hasta un principiante se podía dar cuenta de que la obra que se representaba allí era una burda imitación del original. Se preguntaba como podía haber pasado ante los ojos expertos del embajador sin apreciar el engaño. Algo no encajaba. Ese objeto no debía estar ahí.

Siguió examinando el cuadro con algo más de calma; la pintura parecía reciente, y los trazos eran burdos, como ejecutados por una mano insegura de su propia habilidad. Hasta el marco era malo; excesivamente grande y robusto para las dimensiones de la tela; tenía un contrachapado que ocultaba la parte posterior, sujeto con unas palometas atornillables, de las cuales dos estaban sueltas. Intentó fijarlas de nuevo, pero al sostener la chapa sintió más peso del esperado. Así que cambió de idea y decidió soltar las sujecciones restantes.

Al vencer la tabla quedó al descubierto una cámara entre la misma y la tela del cuadro. En su interior se alojaban dos sobres de grandes dimensiones, uno de los cuales llevaba perfectamente rotulado el título de "Top Secret", mientras que en el otro nada figuraba: estaba en blanco. Los dos habían sido abiertos, aunque el segundo se había intentado sellar con dos cintas de celofán.

Ramón llamó a Sofía para que se acercara a ver el descubrimiento. Algo le decía que aquellos dos sobres guardaban los secretos que quedaban por descubrir, los causantes de todos sus problemas durante todos estos meses. No era cuestión de saborearlos él solito, no fuera que el plato tuviera mala digestión.