Es una obra de Cecilia Natoli
La noche no le sonríe hoy a Pedro como otras veces. El local está flojo de clientes, y la mercancía permanece intacta en el bolsillo oculto de su pantalón. Los pardillos del día no lo eran tanto, y se han pegado el piro antes de que recuperara todo lo que se había dejado ganar al póquer. Sus perspectivas de llenar de pasta los bolsillos se han quedado en eso, y son las tantas. Tiene muchas deudas y poco tiempo. Habrá que hacer algo.
Sale follao del garito, excitado por la farlopa, no sea que vengan antes de hora a reclamarle lo que debe. Sería triste caer con la misma arma que tan bien maneja. Pisa la acera y mira a ambos lados. Su aspecto de galán venido a menos podría encajar en muchas bandas sonoras y tiras de cómic; pero el mugriento malecón suena más a Rubén Blades que a Sinatra, y su perfil recuerda al Corto Maltés antes que a su homónimo del Jueves.
Por su izquierda se acerca un pavo, con la camisa afuera y el reloj asomado al bolsillo del chaleco, discutiendo con amigos invisibles, y esquivando obstáculos imaginarios. Pedro lo deja venir, calcula el encontronazo, esboza una disculpa y le deja el moco colgando. Ahora ya tiene acciones, pero no plata. Tendrá que apurarse, y aflojar alguna bolsa antes de que le encuentren, porque sabe de sobra que hoy le encuentran. Y más vale que su bolsillo suene más metálico que un simple tic-tac para entonces.
Cambia el rumbo y cruza el límite invisible que marca la calle, la línea de separación entre dos mundos de perversión distintos y estancos. Al otro lado, las luces de neón anuncian con falsos nombres, lo que todos conocen. El dinero corre ahí de otra forma, sin esperanza de multiplicarse, pero con rápido cambio de manos. Sin embargo hoy no. Hace días que no llega ningún barco al puerto, y a los fijos del negocio les ha acobardado el frío. Muchos garitos están cerrados, y los que no, vacíos, a punto de bajar la persiana.
Tras chapar el último antro, vuelve a pisar la acera, y se asoma al cruce más cercano. Un acelerón repentino, unos pasos apresurados, o unas voces pausadas le mantienen en angustiosa guardia. El tiempo y sus recursos se agotan cuando la noche se acerca a su hora más fría, pero una figura bulliciosa y lejana puede convertirse el último billete hacia su salvación. Y es que como a tres cuadras de aquella esquina, una mujer, va recorriendo la acera entera por quinta vez...