
Me llamo Roberto M. Conejo, y un día tuve una importante misión que cumplir. Cada 23 de Enero despierto, asomo la cabeza por encima de la entrada de la madriguera, y recuerdo. Ese día, y no otro, me vuelve el sonido de las órdenes recibidas aquella fecha, hace ya unos años, con la misma claridad como si las estuviera escuchando en este mismo momento.
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Soldado Martínez, aquí tiene su disfraz. Su misión es averiguarlo todo de los conejos. Descubra si son tan felices como parecen, si son egoístas, envidiosos, si su vida sexual es rica, si son cariñosos, dulces, entrañables.Póngalos a prueba, fomente las rencillas, los celos, las envidias. Estudie sus reacciones. Entre en esa madriguera, pase el tiempo necesario, pero no vuelva sin una respuesta.No hace falta decir que me tomé la misión como de mí se esperaba, con la intensidad y la dedicación para la que había sido entrenado. Fue complicado. Nada de lo que hacía parecía perturbarles, nada conseguía inquietarles dentro de su espacio familiar, y me trataban con tanto cariño y dulzura que me resultaba muy difícil enfrentarme con ellos, y mucho menos enemistarlos entre sí.
No se enfadaron siquiera el día que descubrieron mi disfraz. Lo tomaron como una broma de buen gusto, y hasta me asignaron una compañera como premio por mi sentido del humor.
La conejita saciaba todos mis deseos, pero yo quise probar con otras. Escogí las parejas de los conejos más allegados. No tardé demasiado en conseguir sus favores, pero sus consortes, en lugar de ofenderse, me buscaron todavía más hembras, pues deducían de mi extraño comportamiento, que mis necesidades sexuales eran superiores a las del resto de la madriguera. A la semana estaba tan agotado que no podía moverme dos palmos allá de mi dormitorio.
Pensaron entonces que mi falta de fuerzas se debía a la falta de vitaminas, y se volcaron en facilitarme toda clase de manjares.
Una vez recuperado, me centré en provocar conflictos de otra índole. Quise sembrar la envidia entre los machos, alabando las virtudes de unos e inventando injurias pronunciadas por otros, pero de nada servía. Sentían tanta confianza mútua que era imposible generar ninguna duda. Mis trucos sucios fortalecían aún más su ya sólida amistad.
Después quise incendiar la madriguera generando una lucha de poder. Ya que ni los celos ni la envidia les turbaban, seguro que la gloria les tentaría y terminaría por deshacer los nudos de su sólida organización. Nadie parecía tener interés en liderar a la camada , y debido a mi insistencia en la necesidad de ese liderazgo, terminé yo de jefe, pasando todos a ser mis leales súbditos.
Quise entonces imponer un despotismo tan cruel que aflorara en ellos sus deseos de venganza. Interpretaron que mi ira se debía a malos humores acumulados, asignándome siete conejas más. Ni que decir tiene que, a la semana, se repitió el desfallecimiento y volvieron los banquetes.
Una vez recuperado de la merecida gastritis, renuncié a todos los cargos y me reintegré a la madriguera como uno más de los suyos, renunciando en secreto a la misión. Al año me crecieron las orejas, encogió la nariz, y mi piel se cubrió con un suave pelo gris.
Hoy, 23 de Enero, olisqueo el ambiente desde la entrada de la madriguera, elevo las orejas hacia el cielo, y puedo escuchar nítidamente las órdenes. Veo que se acerca un conejo nuevo al agujero.
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Hola, ¿cómo te llamas?- Hola. Mi nombre es Juan M. Conejo, y soy nuevo en esta casa.
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Esta entrada no tiene nada que ver con El sobre negro. Es mi forma de celebrar un año más El Día del Conejo