17 junio 2013

El cartero siempre llama los viernes





El local está que se cae de viejo. La mitad de las luces no se enciende y las paredes están sucias y llenas de desconchones. Es viernes por la tarde y no hay gente en el local. Pronto bajaré la persiana y comenzará el fin de semana.

Hace unos años, antes de la crisis, solíamos ir al cine. Pablo me recogía aquí mismo, en el restaurante y nos íbamos a algún estreno. ¡Cuánto echo de menos aquellos tiempos! Me gustaba ver aquellas películas e imaginar que era la protagonista. Vivía el resto de la semana vestida en ese papel, simulando una vida excitante muy lejana a la mía.

Durante un tiempo, los viernes nos quedábamos en casa. Preparaba algo en la cocina del restaurante y lo comíamos frente al televisor, viendo lo que echaran por cualquier canal gratuito. Gastábamos menos, yo no necesitaba arreglarme tanto para salir y podía seguir soñando con los papeles de mis heroínas del celuloide.

Hasta que emitieron aquella peli. Desde el primer instante, me quedé prendida de la chica, una mujer rubia con ojos negros chispeantes. Pasé toda la semana pensando en ella. Me miraba al espejo y trataba de encontrar parecido con sus facciones. Sólo tenía que cortarme un poco el pelo, rizarlo apenas, una copita de vino para achispar los ojos, desabrochar el último botón de la camisa y era ella: Cora a punto de seducir a Frank.

El viernes siguiente llegó Pablo antes de hora y me pilló fantaseando mientras amasaba un poco de harina. Se abalanzó sobre mí y repetimos la escena de la mesa. Por primera vez en mi vida, me sentí como un personaje de novela, una mujer despiadada capaz de poner a los hombres a su servicio para conseguir todos sus fines. Aquella noche no encendimos la tele.

Las cosas cada vez van peor. Miro los desconchones de las paredes y siento tristeza. El restaurante no da para reformas. Cada vez hay menos viandas en la despensa. Acabo de mirarme en el espejo y me falta algo de brillo en los ojos. Voy a apurar el vaso de vino, a ver si lo consigo. Los rizos me caen, rebeldes, sobre las mejillas. Comienzo a preparar la mesa: algún vaso de plástico, el rodillo de amasar, un cuchillo romo, una pizca de harina. Cosas que no se rompan al caer el suelo. Pronto llegará Pablo. Así que doy el último toque a la blusa.



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