24 junio 2013

En el funeral



Basado en Back to black, de Amy Winehouse

A ratos me entran unas ganas incomprensibles de reír a carcajadas, a pesar de que también siento una tristeza profunda y sincera. Sentimientos que circulan a la velocidad con la que se suceden los recuerdos.

Escondida en la última fila de la iglesia, me permito exteriorizarlos con mayor generosidad. Es la ventaja de no ser una persona importante en tu entorno. La risa, apenas puedo reprimirla cuando recuerdo tu última huida de mi apartamento, justo después de nuestro último polvo. Sonaba el teléfono con una melodía determinada y no atinabas a colocarte los calzoncillos y los pantalones. Tampoco encontrabas palabras para explicar tanta prisa. Sólo balbuceos. Grotesco.

Yo ya sabía que era el final, aunque no me lo dijeras, y me quedé llorando en la cama todo el día; pero ahora sólo puedo recordar tus movimientos torpes subiendo la bragueta y la mancha que se extendía en tu ropa interior. El tropezón con el marco de la puerta, que no llegaste a cerrar.

Me hace gracia ese adiós y, sin embargo, me produce una gran tristeza el recuerdo de los momentos buenos. Cuando elevabas mi menudo cuerpo por los aires, me cogías la cara y asegurabas que yo era la única a la que querías, por ejemplo. O cuando me abrazabas tan fuerte y prometías que estarías conmigo para siempre. Las promesas que quería oír y me llenaban tanto.

Ahogo los hipidos como puedo, pero una señora se da la vuelta y mira con reprobación. Se preguntará qué coño hace aquí esta chica, tan poca cosa, con esas gafas negras tan grandes que le ocupan toda la cara, llorando a moco tendido o riendo a carcajadas. Y no me ahorrará una mirada de reojo a la puerta, como enseñándome el lugar donde debería estar, fuera de su vida y de su muerte.



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