17 abril 2007

La luz de una vela


Volvió a ver la ciudad desde el Sacre Coeur, sin oponer resistencia a las lágrimas que se abrían paso por sus mejillas hacia las empinadas calles de Montmartre. Estaba muy débil, y la rigidez en todos sus miembros le entorpecía la mayor parte de sus movimientos. Vivía preso en un cuerpo hostil que le asfixiaba, pero se resistía todavía a agitar la bandera blanca de la rendición.

María Rosa no paraba de hablar todo el rato, pues era lo único que se le ocurría hacer cuando la situación era demasiado tensa para ella. Le hubiera gustado derramar todas las lágrimas que llevaba dentro, pero ante todo quería que Gastón pasara lo mejor posible lo que presumiblemente era su último día al aire libre.

Esa última semana habían recibido un rosario de visitas, avisadas por ella, que querían acercarse a ver a su pariente lejano, su amigo, su paisano. Los dos estaban ya cansados de frases hechas, de palabras de ánimo que no cuadraban con los preocupados semblantes, de buenos propósitos sin ningún fundamento. Necesitaban ese respiro, esa despedida serena, ese último testimonio de amor.

Pasaron todo el día así, callejeando por los alrededores, hasta que se hizo de noche. Ella preparó una cena frugal, le ayudó a ponerse el pijama, y le dejó de nuevo frente al escritorio, pero la despedida tuvo algo especial. En la mirada de Gastón había desaparecido el miedo, la inseguridad, hasta la rabia. En cambio, reinaban ahora la gratitud y la ternura, la serenidad y la calma producidas por la aceptación de los hechos. Era la mejor mirada que nunca le había dedicado.

A este envite respondió María Rosa con besos, abrazos, y, por fin, lágrimas. Era una despedida de estación de tren, pero sin ventanillas, vagones, ni pañuelos al aire.

- Hasta mañana, se dijeron.

Pero los dos sabían que quizá no hubiera mañana, que la vida de Gastón era ya la luz de una vela que consume los últimos centímetros de cera, dando la falsa impresión de que revive, justo antes de que se produzca su ocaso.

4 comentarios:

  1. Anónimo12:03 a. m.

    Bonita historia, aunque triste... la tristeza forma parte de nuestras vidas pero sigue siendo complicado asumirla.
    Un beso, guapísimo.

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  2. Anónimo1:24 a. m.

    Lo que yo decia, tragedia, pero son los mejores finales. Gaston tiene que ser fuerte. Un saludo.

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  3. Yo no pierdo la esperanza, será que soy una ilusa y pienso que todo tiene una explicación razonable y que se va a solucinar con un final feliz ;)

    No nos hagas sufrir mucho.


    Ni tampoco a Gastón.



    Un beso dulce

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  4. No es costumbre mia cuestionar a los personajes, pero no sé como a Maria Rosa se le ocurre dejarlo sólo. En fin, supongo que existe un razonamiento que hallaré con el desenlace.
    Que sepas que me tienes superenganchada.
    Estás hilando una muy muy buena historia.
    besitos

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