Llegadas estas fechas, he decidido contar una anécdota que me ocurrió el año pasado. Ahí va."Hace tiempo que quería decir algo sobre la Navidad pero se ha escrito ya tanto que resulta imposible decir algo original. Sobre las ballenas, en cambio, existe menos literatura, aunque con sus tópicos también. Vamos, que al final la ballena termina llevando a alguien en la tripa como polizón o prisionero, y éste se las agencia para escapar a la mínima oportunidad, después de amueblar adecuadamente el tenebroso recinto de las entrañas del cetáceo.
¿Qué relación existe entre las ballenas y la Navidad?. Ninguna para mí, hasta hace unos días, cuando comenzó esta historia. Era uno de esos tontos días de calentamiento previo a las fiestas, en los que empiezas ya a mentalizarte de la próxima llegada de las mismas, y quieres planificar todo lo que pueda venir. Hay que traer el Belén, y el árbol, este año comeremos menos, iremos a tal casa un día y a la otra al siguiente, y tal y tal.
Hace unos años estas cosas solían salir como uno se las había programado, pero ahora ya no. Existen uno seres pequeños empeñados en cambiar todos los años el curso de los acontecimientos. Este año, con la carta de los Reyes Magos. Aquel famoso día les insinuamos a los niños que había que escribir esa carta, la única importante del año, llenándola de algo, normalmente conocido y repetido hasta la saciedad por la TV. Eso es más o menos lo que ocurrió con Jorge, pero con Nuria pinchamos en hueso. Al principio no conseguíamos que nos dijera lo que le hacía ilusión, pero poco a poco se fue animando, y se arrancó con un par de cosas, más o menos normales: muñecas, princesas, películas de princesas o de muñecas. Pero, de repente, la muchachita soltó la bomba.¡¡¡ Quiero una ballenita!!!.
¡Ah. Si!, una ballenita, claro. Enseguida pensamos que era la típica idea luminosa y fugaz, que se olvidaría a los pocos días. Grave error. En las conversaciones posteriores, nos dimos cuenta que la cosa iba en serio, pues la corta pero repetida lista de regalos terminaba siempre con la frase: “Y lo más importante, la ballenita”.
Bueno, no pasa nada. Seguro que en las tiendas de juguetes tiene que haber ballenas, esos animales tan simpáticos. ¡Cómo no va a haber!. Pues bien, pasaban los días y la ilusión de la niña aumentaba y la ballena, que tampoco era buscada con excesivo entusiasmo, no aparecía por ningún sitio. ¿Resultado?. 5 de Enero por la mañana, y la ballenita por comprar. Ultimo regalo que queda. Voy a ponerme serio, pienso, y seguro que aparece. Yo sólo contra el Corte Inglés y un par de horas por delante. No puedo fallar.
Al principio intento escoger los lugares probables, juguetitos para el baño, peluches, cosas así. ¡¡¡Nada!!!. Hay cualquier tipo de animal, menos ballenas. Los encuentro tan exóticos como morsas, pingüinos, o mapaches, pero ni rastro del objeto de mi búsqueda. Tras media hora de repaso general, empiezo a buscar con más detalle, y ni rastro. Las oportunidades se van agotando y el tiempo más. Tengo que volver a Castellón, hemos quedado a comer, y encima mis pantalones tienen un siete, que casi parece un setenta. No va a colar eso de: ¡Huy qué cosas!. ¡Mira, no me había dado cuenta!. Decido recurrir a lo último: preguntar. Después de pensarlo mucho, claro. Porque ¿qué cara me van a poner cuando les pregunte por una ballena?.
Encima es que tampoco tengo suerte con la persona. ¿Una ballenita?, se me queda mirando en silencio, sus 45 kilos escasos, anoréxica perdida, con las tetas padentro y unos labios que ni pintados de fosforito parecen sobresalir, ni quieren abrirse para decir nada. Vamos, que hasta pienso que le ha sentado mal la pregunta. Matizo un poco. Bueno, puede ser un peluche o algún animal de plástico de esos de colección, cualquier cosa, pero que sea ballena. No importa el sexo de la ballena ni nada. Me sigue mirando con cara de decirme: ¿Te estás quedando conmigo?. Y al cabo de unos segundos interminables, murmura bajito, muy bajito, casi sin pestañear siquiera: “No, ballenas aquí no tenemos”.
Ni que decir tiene que se me cae el alma a los pies al escuchar la respuesta, porque sabido es que lo que no puedes encontrar en el Corte Inglés es porque no existe. Sin darme cuenta empiezo a buscar excusas para aliviar mi desesperación. Me acuerdo del niño del castor. ¿Seguro que oí ballena?. ¿No pudo ser bañera?. No, no, estoy seguro, tanto como que el coche no lo aparqué en la Avenida de Aragón.
Y entonces paso a estar indignado contra la sociedad materialista en la que vivimos. ¿Qué nos ha pasado?. ¿Qué fue de aquél eslogan de “Salvad a las ballenas”?. ¡Ya nadie se encadena a los barcos balleneros!. ¿Dónde está Greenpeace?. Hemos pasado de matar ballenas para hacer cremitas cosméticas a ningunearlas, lo que es muchísimo peor. Es que ya no nos merecen ni un simple peluche. ¡Pero si hasta hay mapaches blanditos!. Seguro que hasta castores si buscas un poco.
Pasada la fase de indignación viene la de la triste resignación, la renuncia, la rendición. Todavía tengo que comprar la comida del día de Reyes, y en disimular el roto de mi culo de la mejor forma posible, no sea que a alguna alma caritativa le de por invitarme a un café.
Terminados esos deberes, decido llamar para que no me esperaran a comer. Ya pegaré algún bocado por cualquier sitio. No, si ya, no pensábamos esperarte de cualquier modo. Nos tomaremos el carajillo a tu salud, pero por favor llega a tiempo para pagar la cuenta.
El camino de vuelta es desolador. Sin radio en el coche, mi pensamiento viene y va hacia la ballenita y a mi hija ilusionada. ¡Qué desengaño!. ¡Qué desilusión!. Pero, ¡si yo he sido buena!, es como si la estuviera oyendo sollozar. De repente, aparece un Todojuguete delante del parabrisas. ¿Y si…..?. Decido entrar.
Y ¡¡¡sorpresa!!!. Allí estaba. No una, tres, dentro de una piscinita hinchable, todo envuelta en una redecilla más bien malucha. Pero, por tres euros ¡qué se puede pedir!. No lo pienso ni dos veces. Mamá ballena, papá balleno y ballenita. ¡¡¡Éxito total!!!.
Aparezco por el puerto tarde pero feliz. Todos han terminado el café menos Cristina que acaba de llegar, y acaba de estrenar una cerveza. Decido imitarla en eso y también en el bocata. Nos da tiempo hasta a tomar el carajillo y a ver aterrizar a los Reyes con la niña en los hombros.
Y lo demás es imaginable. Llegada de los Reyes, caramelos de Alcampo, cabalgata, caramelos de Carrefour. Cena improvisada de bocata salchichón, eso sí, bien regado con caldos de esos que embotellan cerca de Logroño.
Cerca de la medianoche, ¡¡¡la magia!!!. Tres Reyes, con tres pajes, alguno de ellos con unos pectorales algo más desarrollados de lo normal. Un Melchor, blanco, blanquísimo, de nombre Vicente, tras repartir carbón al padre de la criatura por malo, llama a la niñita, y le dice: “Sé que corres mucho y que eres un poco traviesa””, y le da un paquetito fácil de abrir con tres ballenitas, una piscina hinchable y una red malucha.
Y Nuria, con los ojos brillantes de la emoción, y el asombro que apenas le deja hablar, apenas acierta a decir. ¡¡¡Qué suerte. Es lo que había pedido!!!.
Volvemos los cuatro felices a casa, con una sonrisa en los labios que no tiene ganas de marcharse. Nuria quiere bañarse enseguida con las ballenitas, pero le prometemos que al día siguiente. Duerme abrazada a ellas, a la espera de nuevas sorpresas, y nuevos regalos. La ilusión continuará mañana."